Syncretic, Galería Krank
Estambul, Turquía.

Las obras expuestas invitan a ingresar en un espacio fronterizo, donde se ponen en tensión los rígidos esquemas cotidianos. Esta tensión, sin embargo, se presenta como necesaria para dar cabida a la auténtica conciliación que propone lo sincrético: un reconocimiento de la pluralidad y de la diferencia, instaladas en un coro de hilos entremezclados.

De este modo, el concepto de “frontera” es resignificado en la muestra. La frontera suele ser concebida como un espacio limítrofe, pensado para establecer una separación entre dos o más sectores. Sin embargo, las obras expuestas plantean una visión distinta: la frontera como una instancia de encuentro, de diversidad, como un umbral, una zona que no limita las posibilidades, sino por el contrario las potencia y amplifica. En esta muestra la frontera deja de ser ese muro divisorio que tantas autoridades han pretendido levantar y se convierte en un terreno ambiguo donde coinciden y se entremezclan distintos hilos.

La frontera aquí presente se parece más a esa zona del mismo nombre en Chile, donde por años convivieron la cultura mapuche y la cultura chilena, un área de intercambio y encuentro: un espacio sincrético. Porque las fronteras nos recuerdan que ninguna cultura es unitaria u homogénea. Toda cultura se construye mediante el permanente diálogo con otras. Al igual que aquellas telas donde los distintos hilos se imbrican y cruzan de un extremo a otro para formar un gran tejido que revela el entramado oculto tras la ilusión de uniformidad.

Estambul, como ciudad-frontera, ha estado siempre ubicada en ese umbral donde dialogan la cultura asiática y la europea. Sus calles actúan como hilos que transportan información en infinitos sentidos, sin una dirección predeterminada, como una gran red que se conforma sin punto de partida ni de llegada. Y como eje principal de esa red fronteriza, de esa red de encuentro, surge el puente Bósforo, representado en la obra que lleva su nombre, como abstracción y sinécdoque de este gran centro donde convergen dos continentes. Estambul como una ciudad que es puente y frontera a la vez.

El trabajo de Paz se vincula con una ancestral tradición textil que ha existido tanto en Turquía como en Chile. Esta tradición durante muchos años se ha situado en la frontera entre la artesanía y el arte. Situación que, en el caso de las obras expuestas, no constituye una limitación, sino que por el contrario enriquece el universo de sentidos que adquiere cada tela, cada hebra que se entrelaza con otra para configurar un tejido que es individual y colectivo a la vez.

La tradición textil, a su vez, permite establecer una red de relaciones subterránea entre estos dos países. Esta conexión queda al descubierto en la obra “Trama paralela” (Paralell plot) que muestra los mapas de Estambul y Santiago destejiéndose y entretejiéndose a la vez. Como urbes que aún no terminan de completarse y continúan formándose en el permanente diálogo e intercambio.

Una reciprocidad que quizás comenzó con los inmigrantes turcos que arribaron hace años a la capital chilena para instalarse con el comercio textil que, años después, posibilitaría la existencia de estas obras.

Un viaje similar al que realizan la seda y el algodón, mientras van diseminando sus múltiples hilos por los distintos territorios del orbe. Las fibras orgánicas que componen los trabajos dan cuenta de la trama paralela que la naturaleza teje y que, al transformarse en material textil, adquiere una nueva y fluctuante identidad. De este modo, el trabajo artístico de tejido y destejido propone una lectura inversa de este complejo entramado: un desandar que permite contemplar las entrañas de este texto, para desde ahí, desde esa frontera dialogante, formular nuevas posibilidades que amplifiquen el sentido de cada obra.

Es así que los trabajos expuestos incitan al espectador a tejerse y destejerse.

A enredarse y desenredarse en esta frontera que constituye el tejido. Cada obra configura un umbral donde se disuelven las concepciones temporales y espaciales tradicionales de observación. A diferencia de la pintura y la literatura, no existe una disposición fija, un sentido que vaya de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo. Es posible observar una construcción simultánea desde distintos rincones y con diversas orientaciones. Se produce, de este modo, la sensación de un “trabajo en progreso”, de una obra todavía inacabada, pero en vías de hacerlo. Tal como sucede con la identidad, personal y colectiva, que nunca termina. Los tejidos ponen a la vista un complejo proceso de formación que suele permanecer oculto, escondido detrás de una pretensión de pureza u homogeneidad. Dejan atrás un discurso unitario, donde hay una sola voz que dicta y determina, para transitar a una visión dialógica, donde distintas voces confluyen y de manera sincrética van dándole forma al discurso. Como esos encuentros impredecibles, donde se comienza a hablar de un tema y la conversación avanza, dispersándose en un tránsito polifónico que pasa de un tema a otro. Como fragmentos que se articulan e integran dos banderas que se funden en un solo color, al tiempo que se deshacen en la conjunción de una estrella, tal como se ve en la instalación textil “Confluencia” (Confluence).

Solemos evitar observar la diversidad presente en nuestra identidad, y con temor nos refugiamos en la ilusión de lo unitario y lo homogéneo. Es necesario, sin embargo, contemplar el reverso de la trama y encontrarnos con nuestra identidad plural, nunca fija, nunca completa. Las obras de Paz abren esta posibilidad y nos invitan a deshacer y rehacer los múltiples retazos que se encuentran cosidos a nuestro ser, observando con detención ese sincrético tejido que nos conforma y del cual somos parte.